10 de Enero
Pablito era un buen cristiano pero no tenía vocación de mártir. Le daba repelús tan sólo el hecho de pensar en los tormentos, así es que cuando salió el decreto de Decio contra los cristianos se escondió prudentemente.
No le sirvió de mucho porque pronto le llegó el rumor de que venían a por él. Había sido denunciado por su propio cuñado. Sin pensárselo dos veces y aprovechando que vivía cerca del Nilo, desapareció en el desierto de la Tebaida. Contaba tan sólo con 16 años de edad.
En las ruinas escondidas de una antigua obra inacabada del tiempo de Cleopatra se dedicó a la oración, la penitencia y la alabanza de Dios.
Con más de cien años, cuando ya casi ni se acordaba de hablar, por falta de uso del lenguaje, recibió una visita inesperada. Se trataba de un “joven” de noventa años que le puso al corriente de los acontecimientos sucedidos durante todo un siglo. Dice la leyenda que a la hora de comer apareció un cuervo con un pan en el pico. “Antonio, el Señor cada día me manda medio pan con este pajarito, hoy por estar tú, ha doblado la ración”
Aquí tenemos a los dos primeros ermitaños de la historia.
San Antonio, el grande, le acompañó hasta su muerte que tuvo lugar casi de inmediato, y heredó de él un gran tesoro: Su túnica hecha con hojas de plátano.
Celes Tino
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