15 de Enero
Cuando las barbas de tu vecino veas rapar echa las tuyas a remojar.
Israel se había olvidado de Dios. Lo tenían pero como un adorno. Nadie hacía caso de su palabra ¿para qué? Los profetas Amós y Oseas advirtieron que si seguían por ese camino les iba a ir muy mal. Y así fue. El año 722 a.C. los asirios asolaron Israel y se llevaron a sus gentes al destierro.
Quedaba el Reino de Judá. Pero Judá era otra cosa. Allí estaba Jerusalén y el mismísimo Dios vivía en Jerusalén. Jamás permitiría que ningún tirano extranjero pudiera acabar con ese reino del que, además, surgiría el Mesías. Al menos eso creían los judíos.
Miqueas, nuestro santo de hoy, fue profeta en Judá por esa época y se dio cuenta que sus paisanos iban por muy mal camino. Parece que Dios contaba poco para ellos y el prójimo les importaba un pito.
El profeta no tenía pelos en la lengua. Sois unos usureros, explotadores, ladrones, opresores, sinvergüenzas, les decía a jueces, militares, sacerdotes, profetas, terratenientes y reyes. Si no cambiáis y vivís en el camino de la justicia que Yahvé propone, hasta el templo será destruido.
Tenía razón pero no le hicieron caso. El año 587 a.C. también Judá partió para destierro.
Miqueas significa ¿quién como Dios? Nadie, ni siquiera Babilonia. Por eso en su profecía también anuncia la esperanza para quienes, arrepentidos, vuelvan del destierro.
Celes Tino
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